El fútbol ganó la Liga de Campeones. Más concretamente el fútbol del Barcelona, que en una final de altura se vistió con su mejor traje y ofreció una versión exquisita para confirmarse como el mejor equipo del mundo. El Barça conquistó su cuarta Copa de Europa y no hay duda de que es el mejor anuncio posible para este deporte. No hay mejor campaña para publicitar el fútbol que ver jugar al Barcelona, un equipo que no ha alcanzado la brillantez de hace dos temporadas, porque quizá nunca volverá a llegar a ese nivel, pero que volvió a demostrar que nadie es mejor que él.
Es un conjunto construido para ganar, para disfrutar y para divertir. Convirtió el partido en una fiesta y armado con el balón borró del campo al Manchester United, que apenas logró sobrevivir diez minutos, los primeros del encuentro. Fue una lección en toda regla, una demostración de una superioridad apabullante, indiscutible, incuestionable. El Barcelona tiene la virtud de hacer peores a sus rivales y esta vez su víctima fue el United, que acabó convertido en un conjunto menor, sin argumentos para contestar el juego del Barcelona, que comenzó con dudas y acabó desatado, arrollador. Pasó el rodillo y trituró a los ingleses con naturalidad, sin levantar la voz, a base de juego, de pases y de una pegada demoledora. En definitiva, a base de fútbol.
Marcaron sus tres delanteros, Pedro, Villa y Messi, que regaló otro partido extraordinario; en el centro del campo dio un recital el maestro Xavi, los ojos y la cabeza de este conjunto; Piqué demostró que está entre los elegidos, entre los mejores centrales del mundo; y Valdés transmitió esa seguridad invisible que uno sólo aprende a valorarla cuando la pierde. Y junto a ellos Eric Abidal, el corazón del Barcelona, que emocionó con solo verle en el campo. Nadie disfrutó de la final más que él, porque quizá nadie sabe valorar y disfrutar de la vida como él. Apenas tuvieron influencia las imprecisiones de Alves o la irregularidad de Iniesta. Adonde ellos no llegaron sí lo hicieron sus compañeros.
En toda la noche, el Barcelona apenas pasó diez minutos de apuro. Fueron los primeros e invitaron a pensar un desarrollo engañoso del choque. Fue un comienzo de partido mentiroso, que nada tuvo que ver con la realidad. El United salió en busca del Barça, presionando muy arriba y adueñándose del balón y del partido. Apenas necesitaba unos segundos en recuperar los balones que perdía y tardaba aún menos en buscar la espalda de los centrales con pases en largo que buscaban a Chicharito. El mexicano decepcionó y a los defensas del Barcelona no les hizo ni cosquillas.
Fueron diez minutos de dudas y de falsa incertidumbre, con Park convertido en un inseparable compañero de viaje de Messi y con Pedro y Villa algo desubicados por ese cambio de banda que decidió Guardiola. El Barcelona no se reconocía, pero cuando apareció lo hizo a lo grande. Surgió Xavi, comenzó a acariciar la pelota y se invirtió la tendencia del partido. El Barça había llegado a la final para adueñarse de ella y de la Copa. El United comenzó a sobrevivir gracias a los oportunos cruces de Vidic en defensa, a los robos del incansable Park en el centro del campo y a las intervenciones de Van der Sar. Argumentos insuficientes para resistir en pie ante este sublime Barcelona.
Avisó Pedro al cuarto de hora, cuando falló una ocasión inmejorable, y apareció por partida doble Villa poco después. En la primera su tiro salió algo desviado, en la segunda el balón acabó atrapado por los guantes de Van der Sar.
Lo que vino después fue un vendaval de fútbol, un tornado de juego que se llevó por delante todo lo que encontró a su paso. Abrió el camino hacia la gloria Pedro después de un espectacular pase de Xavi mirando al tendido. Sus ojos miraban hacia la izquierda mientras enviaba el balón a la derecha.
Respondió el United de la única forma posible, con Rooney y gracias a una posición irregular. Rooney recibió el pase de Giggs, que inició la acción en fuera de juego. No fue la primera queja de los jugadores del Barcelona al árbitro, al que reclamaron antes un posible penalti por mano de Evra. La superioridad del Barça fue tan grande que el error de Kassai se quedó en una simple anécdota.
La facilidad con la que terminó jugando el Barcelona en el primer tiempo se multiplicó en la segunda, convertido en un baile en el que los azulgrana se movían con el balón en los pies mientras los jugadores del United miraban impotentes, reducidos a la mínima expresión. Pocas veces se había visto en una final de Liga de Campeones una diferencia de fútbol tan grande entre los dos rivales.
Sólo quedaba ya un equipo en pie y la consecuencia lógica fueron dos nuevos tantos. El primero llevó la firma de Messi, con un gran disparo desde fuera del área, que sorprendió a un Van der Sar descolocado. David Villa fue el encargado de cerrar la cuenta, el partido y la Champions con un golazo que trasladó al marcador la verdadera diferencia entre Barça y United. Y entre medias, Messi pudo hacer el tanto de la noche y quizá de la temporada, con una maniobra que trató de culminar con su tacón.
Así este Barcelona, que convierte la genialidad en algo natural.